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sábado, 22 de enero de 2011

¿Por qué escribimos?




Para entender. Para amar. Para que nos quieran. Para saber. Por necesidad. Por dinero. Por costumbre. Para vivir otras vidas y revivir la propia. Para dar testimonio.

Y vos ¿por qué escribís? O ¿por què lees? aunque esa es otra pregunta diferente...




Excelente artículo de El País de Madrid:


Algunos llegaron a la literatura por vocación, por el placer de la lectura y para emular a los autores que admiraban. Ahora crean por necesidad vital, o simplemente lo hacen por dinero. Autores de renombre revelan los motivos por los que dedican sus vidas a la escritura.

En el principio fue el verbo... Así lo recoge San Juan en su Evangelio. La palabra que conforma el mundo, el nombre que lo explica todo. Puede que no fuera tal, puede que antes del verbo existieran cielos, mares, noche, día, estrellas, firmamento. Pero si nadie sabía cómo nombrarlos, no eran nada, absolutamente nada. Así que al principio fue el verbo, como bien dejó escrito Juan. Y a ese verbo bíblico lo siguieron la épica de Homero, la intemperie y el poder de los dioses, el amor y la guerra que nos relata la Ilíada y, después, el delirio del Quijote, y luego, la soledad de Macondo.

Puede que después de episodios narrados como aquéllos no hiciera falta nada más. Pero a los clásicos, que montaron todos los cimientos del templo, siguieron más generaciones -"el eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición", de la que alerta Enrique Vila-Matas-, algunas nuevas preguntas para cada era, nuevos problemas y, por lo tanto, conceptos nuevos, palabras nuevas. Detrás de su registro se escondía un escritor. ¿Por qué?

¿Por qué escribir? ¿Para qué nombrar? ¿Para qué contar? Para entender. Para amar y que te amen. Para saber, para conocer. Por miedo, por necesidad, por dinero. Para sobrevivir, porque no todo el mundo sabe bailar el tango, ni jugar bien al fútbol. Por costumbre, para matar la costumbre, por vivir otras vidas y revivir la propia. Por dar testimonio, porque no se sabe escribir bien, confiesa John Banville. Porque leyeron, padecieron y miraron cara a cara a la muerte.

Porque el verbo provoca desasosiego en Nélida Piñón; porque no se elige, como un amor, añade Amélie Nothomb. Por ser el masoquista que uno lleva dentro, aduce Wole Soyinka; por los arroyos y los torrentes de los libros leídos, cuenta Fernando Iwasaki; como forma de existencia, según Elvira Lindo. "Una manera de vivir", dice Vargas Llosa, parafraseando a Flaubert. Para sentirse vivo y muerto, proclama Fernando Royuela. Igual que uno respira, suelta entre interrogaciones Carlos Fuentes. O para sobrevivir a ese fin, "a la necesaria muerte que me nombra cada día", testimonia Jorge Semprún.

La escritura es dolor y placer. Como el cuento, como la retórica aristotélica, se arma, se aprende. Principio y fin. Antes que nada vino el verbo, lo deja claro San Juan. También lo sabía Kafka. Pero el escritor checo pregunta: "¿Y al final?". Quizás silencio, como interpreta sobre su obra George Steiner, con buen tino, oliéndose el apocalipsis de la destrucción europea.

Como testimonio también se mete uno entre papeles. Se escribe por el mismo motivo por el que Ana Frank comenzó a organizar su diario. O por el que la poeta rusa Anna Ajmatova, cuando se pasó 17 meses en las filas de las cárceles de Leningrado para ver a su hijo, respondió a una mujer que la reconoció y le preguntó si podría describir aquello que sí, que lo haría. "Entonces -dice Anna en Réquiem -, una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro." Eso fue suficiente motivo. La emoción de la verdad, la justicia de dejar constancia. Para que otros quizás lo aplicaran a su presente, para que no se repitiera.

Pero Anna Ajmatova confesó, además, que escribía por sentir un vínculo con el tiempo. También se lo hizo por amor, por miedo al amor, por desgarro. En honor a las musas, como Shakespeare, "ese goloso de las palabras", a juicio de Steiner, en sus sonetos: "Mi musa por educación se muerde la lengua y calla mientras se compilan/ elogios que te visten de oropeles/ y frases que las otras musas liman". Una pieza que termina con toda una declaración de intenciones y una respuesta al gran asunto de la escritura: "Si a otros por sus dichos los respetas/ a mí, por lo que pienso, que es mi letra".

Al principio fue el verbo. Pero Cervantes y Shakespeare lo enaltecieron, lo igualaron a la medida de Dios. Porque exploraron todos los delirios y las pasiones de sus criaturas. ¿Por qué escribir? Para emularlos, sin más. Podría ser. "Para parecerme a Espronceda", como suelta Caballero Bonald. Escribir porque se medita, como Descartes, como Chesterton, cuya obra nos envuelve en una paradoja sin fin. Para adentrarse en los laberintos y no necesariamente querer salir de ellos, como Borges. "Porque estamos aquí, pero querríamos estar allí", dice Antonio Tabucchi. Por emular la infancia, cuando la niña Almudena Grandes enmendaba la plana a los finales que no le gustaban. Por volver a inventar historias de indios, vaqueros y pitufos, dice David Safier. Porque a la hora de hacerlo, "disfrutar es una palabra que se queda corta", confiesa Ken Follet.

Para fijar la memoria, una forma de "hacer surgir los recuerdos y las imágenes", cuenta Álvaro Pombo. Para volver a vidas anteriores, a las lecturas y los tumbos que cada uno lleva en la mochila, según Arturo Pérez-Reverte. Como vicio solitario, describe Héctor Abad Faciolince. Porque uno no se encuentra bien, asegura Juan José Millás. Por afición o por aflicción, dice Gonzalo Hidalgo Bayal. O porque le gustaban las redacciones en el colegio, como descubrió Antonio Muñoz Molina. Y hasta hoy.

La palabra es agua y cada historia, el río que las lleva. El escritor es quien domina la corriente, como hicieron Balzac, Dostoyevski, Dickens, Galdós, Clarín, Flaubert, Tolstoi, que siguió la estela épica de Homero como nadie. O el que va contra la corriente, como Marcel Proust, James Joyce, Valle-Inclán. Sin dudas, hay que enfrentarse a ello, como dice Josep Pla en su Diccionario de Literatura , "con temperamento". O con el empeño de conocerse, a la manera de Montaigne y los grandes memorialistas posteriores del siglo XVIII. Entre la verdad y la exageración, pero con talento, como Casanova.

El juego, la tortura de la palabra, también es lícito. Pero eso es más cometido de los poetas, como admitía Jaime Gil de Biedma. Para él, escribir era "erosionar el idioma en la forma en que el idioma lo admite". Es decir, maltratar el verbo, fustigarlo, estrangularlo. Pero para resucitarlo después, como el Evangelio. A lo largo de la historia, el escritor ha visto crecer Babel y ha contribuido a entenderla. Pero hubo también un tiempo, en el siglo XX, que lo aniquiló, que se arrojó al apocalipsis, con la Segunda Guerra Mundial. Disfrutemos en esta nueva era. Todos los motivos, todas las respuestas que se les ocurran a quienes deben contar nuestra historia son válidos.


Algunos reconocidos escritores han contestado la pregunta:


John Banville

Escribo porque no sé escribir. Un periodista le preguntó a Gore Vidal por qué había escrito Myra Breckinridge , a lo que contestó: "´Porque no estaba ahí"´. Fue una buena respuesta. Poner algo nuevo en el mundo es un privilegio que no se le concede a mucha gente.


John Boyne

Escribo porque las historias entran en mi mente y me niego a irme hasta que no escribo 26 letras en el teclado y las envío a una pantalla ante mis ojos. Escribo por Charles Dickens. Y por George Orwell. Y John Irving. Y Colm Tóibín. Escribo porque me encanta la sensación de tener un libro en mis manos y un libro en mi cabeza. Escribo porque me encantan las palabras. Escribo porque leo. Escribo porque siempre quiero saber qué ocurrirá a continuación.

José Manuel Caballero Bonald
Empecé a escribir porque quería parecerme a Espronceda. Un día encontré en mi casa familiar una biografía del poeta y quedé fascinado por alguien que murió con 33 años y había vivido grandes aventuras: fundó una sociedad secreta, sufrió persecuciones y cárceles, anduvo exiliado en Lisboa y Londres, combatió en las barricadas de París, fue diputado, vivió amores difíciles, luchó heroicamente contra el absolutismo, etcétera. Pues bien: como yo no podía emular a Espronceda en tantas y tan singulares hazañas, elegí lo que me resultaba más factible: ejercer de insumiso y escribir poesía.

Umberto Eco

Porque me gusta.

Ken Follet

Disfruto escribiendo, pero "disfrutar" es una palabra que se queda corta. El acto de escribir me apasiona. Todo forma parte del reto de hechizar a mis lectores. Mi trabajo me absorbe de forma total.

Carlos Fuentes

¿Por qué respiro?

Almudena Grandes

Cuando era pequeña y leía un libro que me gustaba mucho, me inventaba a solas, para mí sola, otro final, la continuación que su autor no había querido escribir. Todavía ahora, cuando no puedo dormir, me cuento historias, las pienso, las repaso, las describo en silencio, con los ojos cerrados, hasta que me quedo dormida.

Mark Haddon

Ficción, poesía, teatro, pintura, dibujo, fotografía... en realidad eso no importa. Un día que no consigo hacer alguna cosa, por pequeña que sea, me parece un día desperdiciado. A veces puede parecer una bendición ser así, saber con tanta certeza lo que quiero hacer, pero a menudo es un sufrimiento, porque saber lo que quieres no es lo mismo que saber cómo hacerlo. ¿Por qué escribo? La única respuesta es "porque no puedo hacer otra cosa".


Alberto Manguel

Porque no sé bailar el tango, tocar un instrumento musical como la celesta o el glockenspiel, resolver problemas de matemáticas superiores, correr una maratón en Nueva York, trazar las órbitas de los planetas, escalar montañas, jugar al fútbol, jugar al rugby, excavar ruinas arqueológicas en Guatemala, descifrar códigos secretos, rezar como un monje tibetano, cruzar el Atlántico en solitario, hacer carpintería, construir una cabaña en Algonquin Park, conducir un avión a reacción, hacer surf, jugar a complejos videojuegos, resolver crucigramas, jugar al ajedrez, hacer costura, traducir del árabe y del griego, realizar la ceremonia del té, descuartizar un cerdo, ser corredor de Bolsa en Hong Kong, plantar orquídeas, cosechar cebada, hacer la danza del vientre, patinar, conversar en el lenguaje de los sordomudos, recitar el Corán de memoria, actuar en un teatro, volar en dirigible, ser cineasta y hacer una película en blanco y negro, absolutamente realista, de Alicia en el País de las Maravillas , hacerme pasar por un banquero respetable y estafar a miles de personas, deleitarme con un plato de tripas à la mode de Caën , hacer vino, ser médico y viajar a un lugar devastado por la guerra y tratar con gente que ha perdido un brazo, una pierna, una casa, un hijo, organizar una misión diplomática para resolver el problema del Medio Oriente, salvar náufragos, dedicar treinta años al estudio de la paleografía sánscrita, restaurar cuadros venecianos, ser orfebre, dar saltos mortales con o sin red, silbar, decir por qué escribo.

Javier Marías

Escribo para no tener jefe ni verme obligado a madrugar. También porque no hay muchas más cosas que sepa hacer, y lo prefiero y me divierte más que traducir o dar clases, que al parecer sí sé hacer. O sabía, son actividades del pasado. También escribo para no deberle casi nada a casi nadie ni tener que saludar a quienes no deseo saludar. Porque creo que pienso mejor mientras estoy ante la máquina que en cualquier otro lugar y circunstancia. Escribo novelas porque la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da, como dice un personaje de la novela que acabo de terminar. Y porque lo imaginario ayuda mucho a comprender lo que sí nos ocurre, eso que suele llamarse "lo real". Lo que no hago es escribir por necesidad. Podría pasarme años tan tranquilo, sin escribir una línea. Pero en algo hay que ocupar el tiempo, y algún dinero hay que ganar. También escribo para eso.

Rosa Montero

Escribo porque no puedo detener el constante torbellino de imágenes que me cruza la cabeza, y algunas de esas imágenes me emocionan tanto que siento la imperiosa necesidad de compartirlas. Escribo para tener algo en qué pensar cuando, en la soledad tenebrosa de la duermevela, por la noche, en la cama, antes de dormir, me asaltan los miedos y las angustias. Escribo porque mientras lo hago estoy tan llena de vida que mi muerte no existe: mientras escribo, soy intocable y eterna. Y, sobre todo, escribo para intentar otorgar al Mal y al dolor un sentido que en realidad sé que no tienen.

Luis Muñoz
Creo que puedo distinguir razones de tipo general y razones particulares. Entre las particulares: por darle forma a una emoción concreta, por hacerle un hogar de palabras a uno de esos pensamientos que uno cree que pueden ser salvadores, por ser vulnerable al contagio de otro poema que creo admirable y hacerme la ilusión de que puedo responderle, conversar con él o seguir alguno de sus hilos sueltos. Entre las generales, por querer sentir mi tiempo, el rabioso presente, en el lenguaje; por estar enamorado de la capacidad de las palabras para volver a decir la verdad, por el sentimiento de libertad que produce, por darles forma a seres informes: embriones de voces, sentimientos, sensaciones, ideas...

Julia Navarro

Para mí, escribir es una oportunidad de vivir otras vidas, pero también de asumir compromisos, aunque a veces vayan envueltos con el papel del entretenimiento.

Andrés Neuman

Escribo porque de niño sentí que la escritura era una forma de curiosidad e ignorancia. Escribo porque la infancia es una actitud. Escribo porque no sé, y no sé por qué escribo. Escribo porque sólo así puedo pensar.


Arturo Pérez-Reverte

Escribo porque hace 25 años que soy novelista profesional, y vivo de esto. Es mi trabajo. Igual que otros pasan en la oficina ocho horas diarias, yo las paso en mi biblioteca, rodeado de libros y cuadernos de notas, imaginando historias que expliquen el mundo como yo lo veo, y llevándolas al papel a golpe de tecla. Procuro hacerlo de la manera más disciplinada y eficaz posible. En cuanto a la materia que manejo, cada cual escribe con lo que es, supongo. Con lo que tiene en los ojos y la memoria. Muchas cosas no necesito inventarlas: me limito a recordar. Fui un escritor tardío porque hasta los 35 años estuve ocupado viviendo y leyendo; pateando el mundo, los libros y la vida. Ahora, con lo que eché en la mochila durante aquellos años, narro mis propias historias. Reescribo los libros que amé a la luz de la vida que viví. Nadie me ha contado lo que cuento.

David Safier

¿Se acuerda de cuando era niño y jugaba, inventando historias disparatadas con figuritas de indios, vaqueros o pitufos? ¿O simplemente imaginando en la bañera que era el capitán de un barco pirata que buscaba un tesoro en medio de la tormenta? ¿Se acuerda de cómo se sentía cuando jugaba con otros niños en la calle y vivían increíbles aventuras haciendo de exploradores, cazadores o agentes secretos; luchando contra dinosaurios, monstruos o supermalos que querían destruir la tierra con rayos mortales? Pues bien, todo eso es lo que yo hago todavía. Jugar con mi imaginación. Cada día de mi vida. Y lo seguiré haciendo hasta que me muera. O me vuelva loco.

Jorge Semprún

Si lo supiera, tal vez no escribiría. Quiero decir, si lo supiera con certeza, si a cada momento pudiese proclamar taxativamente, sin vacilar, por qué escribo, y para qué, para quién o quiénes; si así fuera, tal vez no escribiría. O sea que escribo, en cierta medida, para encontrar respuestas al porqué. Escribir no es un acto reflejo, ni una función natural. No se escribe como se come o se ama. No se agota en el hecho de escribir el portentoso, o doloroso, o lo uno y lo otro, milagro de la escritura. No se agota, al escribir, el deseo inagotable de la escritura. Tal vez porque sea ésta la mejor forma de sobrevivir. ¿Por qué escribo? Tal vez para sobrevivir a la muerte, la necesaria muerte que me nombra cada día.

Mario Vargas Llosa
Escribo porque aprendí a leer de niño y la lectura me produjo tanto placer, me hizo vivir experiencias tan ricas, transformó mi vida de una manera tan maravillosa que supongo que mi vocación literaria fue como una transpiración, un desprendimiento de esa enorme felicidad que me daba la lectura. En cierta forma la escritura ha sido como el reverso o el complemento indispensable de esa lectura, que para mí sigue siendo la experiencia máxima, la más enriquecedora, la que más me ayuda a enfrentar cualquier tipo de adversidad o frustración. Por otra parte, escribir, que al principio es una actividad que incorporas a tu vida con otros, con el ejercicio se va convirtiendo en tu manera de vivir, en la actividad central, la que organiza absolutamente tu vida. La famosa frase de Flaubert que siempre cito: "Escribir es una manera de vivir". En mi caso ha sido exactamente eso. Se ha convertido en el centro de todo lo que yo hago, de tal manera que no concebiría una vida sin la escritura y, por supuesto, sin su complemento indispensable, la lectura.

www.lanacion.com.ar

miércoles, 15 de diciembre de 2010

UNA MIGAJA PARA EMILY DICKINSON, LA AMIGA DE LOS PÁJAROS






En mi divagar por blogs propio y ajenos, encontré un interesante artículo sobre la gran poetisa estadounidense Emily Dickinson...

Si nos atenemos a la promesa de eternidad que Dios nos ha ofrecido, la poetisa norteamericana, nacida en Anherst, Massachusetts, Emily Dickinson cumple el 10 de diciembre 190 años. Los poemas que citamos en atrevida versión fueron extraídos del original The Poems of Emily Dickinson, editado por Martha Dickinson Bianchi y Alfred Lester Hampson (Boston Little, Brown and Company, 1939), que pude hojear en la biblioteca Central de Portland gracias al regalo amistoso de tres excelentes mujeres, una de Boston y dos de Eugene: Emily J. Yozell, quien me había regalado el libro; Peg Morton, quien me invitó a conocer los Estados Unidos y Joyce Thomas quien me llevó en su auto a conocer la capital de Oregon, en 1997. Así de gentil es el tiempo.



Por Raysa White

Emily Dickinson se ha ganado en la mira de los críticos y analistas de la poesía norteamericana el calificativo de ser una persona excéntrica, extraña y solitaria. Si nos atenemos a la verdad, su conducta, ajena a la vecindad de nuestros tratos, al trasiego del cuchicheo; más cercana quizás al susurro, a la observación de la estructura interna de los procesos existenciales –no todo el que ve pasar un funeral, lo ve de la misma manera- y el no ajustarse a la conducta de las personas circundantes, puede inducir a la percepción equívoca de un ser altamente comunicativo y gentil hacia territorios vedados para el sujeto ordinario.

Al penetrar su cuerpo literario topamos con un delicado caso de expresión capital. Mil setecientos setenta y cinco poemas, mil cuarenta y nueve cartas y ciento veinticuatro fragmentos en prosa calificados por la crítica exigente como lo más original y perturbador escrito por mano de mujer en toda las letras de Norteamérica, en lo que concierne hasta los inicios del XX en que su obra fue, por primera vez, totalmente publicada, ponen al descubierto el tratamiento mezquino que se ha dado a la obra de Emily Dickinson en prestigiosas enciclopedias, tanto inglesas como hispanas, y la abrumadora ignorancia y estrechez de miras con que se ha juzgado, además, la vida y talento singulares de esa intensa personalidad de mujer, cuya mirada deslumbrante desnuda el poema de la difícil y fascinante aventura de la convivencia en cada fragmento existencial.

Walt Whitman al escribir: “…El tendón más pequeño de mis manos avergüenza a toda la maquinaria moderna”, o presentir que …al subir las escaleras de (su) casa, la enredadera que trepa por su ventana le satisface más que toda la metafísica de los libros…, nos entregó claves para acceder a regiones como esta:

“…si cuando vuelvan los petirrojos ya no estuviese viva, al de la Corbata Roja, échale en mi memoria una migaja, y si no puedo darte las gracias porque me encuentre profundamente dormida, sabes muy bien que lo intentaré aún con mis labios de granito”.[1]

¿Pudo haber vivido en soledad una persona que hace este tipo de peticiones?

Su soledad no es la del individuo encerrado en sí mismo. Ella no está sola. Desde temprano, en franca conexión con la naturaleza, espera al Petirrojo. De todos los que se allegan, ella lo ha elegido a él. Ese misterio del primer impacto, de la química luminosa, del saber que se puede confiar. Un depósito privilegiado. Porque él vino, se posó en su mano, aún sin conocerla, y ese acto la conmocionó. Es indescriptible la sensación que se experimenta cuando la belleza no te teme. Cuando la ingenuidad del otro ser te pertenece. Cuando se te mira con ojos redondos, y el alcance de la expresión se equipara al efecto de los corredores de luz que bajan por entre los árboles a mitad de la mañana. Intensa magnificencia del instante. Diálogo del corazón con la mirada. La pléyade le hace un coro, no temen ya a la señora gigante. Y ella espera que su piquito llegue a los labios. De adentro le avisan que alguien le procura. El petirrojo se asusta y desaparece y tras él la estela de pájaros, que aunque no es rey, le acompañan. Que disgusto se siente. Qué abrumadora tristeza cuando te roban el espacio mágico que sólo tu gracia pudo conseguir. Para la persona que te lo robó eres una extraña. Excéntrica, irritable. Caso raro de mujer. Y yo les digo: imposible dejar de disfrutar de amistades tan privilegiadas. Pero no hay remedio, la felicidad ha quedado en el pasado.

Y esta circunstancia de ser una mujer de vida provinciana que pasaba horas y horas contemplando y viviendo la naturaleza, hablando con los animales, es lo que provoca que no acabe por ser reconocida como la poetisa más grande de la América sajona. En nuestra pequeñez, quedamos impresionados con el espectáculo imponente de una montaña envuelta entre las nubes y los rayos del sol; sin embargo, la revelación divina de lo que ocurre en el interior y los alrededores de una colmena nos provocan, apenas, la sonrisa simpática de la curiosidad. Persistimos en el no escuchar. ¿Por qué enceguecernos de tal modo que no vemos el espectáculo de luz que se ofrece suplicante a nuestra retina? ¿Por qué nos sentimos incapacitados para escuchar la música indescriptible de esa minúscula luz? A las personas suele fascinarle lo escandaloso y gigante. Es el precio de lo “íntimo”, aun sin ser romántico: el de la serena voz, aun sin ser discreta.

¿Hablan los pájaros? ¿Las flores hablan? ¿Hablan la tierra y el firmamento? Sí, hablan, pero en un lenguaje que aún no puede ser descifrado ni publicado en los medios de las personas comunes. De modo que para conocer a Emily Dickinson es menester adentrarse en su poesía.

La poesía de Emily Dickinson entra como sutil torrente a la conciencia de la individualidad humana, invitándole a recorrer un intenso camino interior, cercano a los recovecos inverosímiles del mundo externo, en complicidad con su cotidianeidad.

A mi jardín aún no se lo he dicho, / puede que me convenza. / Ahora no tengo suficientes fuerzas / para ir a contárselo a la abeja. / No lo diré en la calle / temo que las tiendas me vean / porque siendo tan tímida e ignorante / tengo la osadía de morirme.[2]

Otro:

Saber llenar nuestra porción de noche / o de mañana pura / llenar nuestro vacío no con desprecio, / llenarlo de ventura. / Aquí una estrella, otra estrella a lo lejos: /alguna se extravía. / Aquí una niebla, más allá otra niebla, / después el Día.[3]

Otro:

Nos gusta marzo, / con sus zapatos púrpura / es joven y esbelto. / Hace fango para el perro y el vendedor ambulante, / después seca el bosque. / La lengua de la culebra sabe cuando él se acerca / y se cubre de manchas / tan cercano está el Sol tan poderoso / que calienta nuestras mentes. / El es el vocero de los otros / morir es fuerte / con pájaros azules volando como piratas / bajo el color inglés que hay en su cielo. [4]

Las posibles respuestas que encontramos al explorar las poesías de Whitman y Dickinson nos presentan puntos de vista, digamos, tentadores.

“La hojita más pequeña nos enseña que la muerte no existe…” -decía Whitman.

“…el alga y la perla crecen en los mares, pero sólo ellos saben en la hondura donde se ocultan.”, afirmaba Dickinson.

Ambos escribieron con especial coincidencia: “…el morir es una cosa distinta de lo que muchos suponen. Y mucho más agradable.” (Whitman)

“…morir no duele mucho, la vida duele más…” (Dickinson)

Cuatro escritores conozco -Emily Dickinson, Walt Whitman, Mark Twain y Edgar Alan Poe- que englobaron en su obra el espíritu y la personalidad del norteamericano. Sin el estudio de su obra no es posible llegar a comprender a plenitud la intríngulis de un dilema aún no resuelto en la conciencia colectiva o intimidad de este grandioso país.

Los pueblos deberían empezar por conocer a sus poetas como guía para conocerse a sí mismos. Ese mérito que solemos otorgarle a los filósofos se lo robamos a los bardos, cuando no hay un solo filósofo de mérito que no haya bebido en el manantial de los más grandes cantores. No olvidemos que la poesía es el lenguaje en que se expresa el misterio de la grandeza cósmica. Los pueblos que aprenden a conocer sus poetas llegan algún día a conocerse a sí mismos, porque el conocimiento llega primero a través de los sentidos. Nos comprenderemos a partir de que nos sintamos.

¿Qué ha sucedido con nuestros sueños? Suele preguntarse el norteamericano común. Busquen a sus poetas y hallarán la respuesta; y, además, –como en los salmos- algunas claves. Nada de lo que nos ocurre hoy, se encuentra ausente en el libro del ayer.

Una pregunta similar se la puede hacer también el mundo.

Recomiendo leer más de Emily Dickinson en A media Voz

Retrato de Emily Dickinson, mural del West Cemetery en Amherst .



[1] If I should`nt be alive / when the Robins come, / Give the one in Red Cravat, / A Memorial crumb. /If I could`nt thank you, / Being fast asleep, / you will know I`m trying/ with my Granite lip. (E. D.)

[2] I hav`nt told my garden yet- / Lost that should conquer me. / I hav`nt quite the strength now / To break it to the Bee. / I will not name it in the street / For shops w`d stare at me – / That one so shy – so ignorant / Shoold have the face to die.

[3] Our share of might to bear – / Our share of motning – / Our blank in bliss to fill / Our blank in scorning. / Here s star, and there a star, / Some lose thein way! / Her a mist, and there a mist, / Afterwards – Day!

[4] We like March – his shoes are Purple. / He is new and high – / Makes he Mud for Dog and Peddler – / Makes he Forest Droj – / Knows the Addlis Tongue his coming / and begets her spot – stand the Sun so closely and mighty / that our Minds are hot. / News is he of all the others – / Bold it were to die / with the Blue Birds buccaneering / on his British Sky.

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