
En mi divagar por blogs propio y ajenos, encontré un interesante artículo sobre la gran poetisa estadounidense Emily Dickinson...
 Si nos atenemos a la promesa de eternidad que Dios nos ha ofrecido,  la poetisa norteamericana, nacida en Anherst, Massachusetts, Emily  Dickinson cumple el 10 de diciembre 190 años. Los poemas que citamos en  atrevida versión fueron extraídos del original The Poems of Emily  Dickinson, editado por Martha Dickinson Bianchi y Alfred Lester Hampson  (Boston Little, Brown and Company, 1939), que pude hojear en la  biblioteca Central de Portland gracias al regalo amistoso de tres  excelentes mujeres, una de Boston y dos de Eugene: Emily J. Yozell,  quien me había regalado el libro; Peg Morton, quien me invitó a conocer  los Estados Unidos y Joyce Thomas quien me llevó en su auto a conocer la  capital de Oregon, en 1997. Así de gentil es el tiempo.
Si nos atenemos a la promesa de eternidad que Dios nos ha ofrecido,  la poetisa norteamericana, nacida en Anherst, Massachusetts, Emily  Dickinson cumple el 10 de diciembre 190 años. Los poemas que citamos en  atrevida versión fueron extraídos del original The Poems of Emily  Dickinson, editado por Martha Dickinson Bianchi y Alfred Lester Hampson  (Boston Little, Brown and Company, 1939), que pude hojear en la  biblioteca Central de Portland gracias al regalo amistoso de tres  excelentes mujeres, una de Boston y dos de Eugene: Emily J. Yozell,  quien me había regalado el libro; Peg Morton, quien me invitó a conocer  los Estados Unidos y Joyce Thomas quien me llevó en su auto a conocer la  capital de Oregon, en 1997. Así de gentil es el tiempo.
Por Raysa White
 Emily Dickinson se ha ganado en la mira  de los críticos y analistas de la poesía norteamericana el calificativo  de ser una persona excéntrica, extraña y solitaria. Si nos atenemos a la  verdad, su conducta, ajena a la vecindad de nuestros tratos, al  trasiego del cuchicheo; más cercana quizás al susurro, a la observación  de la estructura interna de los procesos existenciales –no todo el que  ve pasar un funeral, lo ve de la misma manera- y el no ajustarse a la  conducta de las personas circundantes, puede inducir a la percepción  equívoca de un ser altamente comunicativo y gentil hacia territorios  vedados para el sujeto ordinario.
 Al penetrar su cuerpo literario topamos  con un delicado caso de expresión capital. Mil setecientos setenta y  cinco poemas, mil cuarenta y nueve cartas y ciento veinticuatro  fragmentos en prosa calificados por la crítica exigente como lo más  original y perturbador escrito por mano de mujer en toda las letras de  Norteamérica, en lo que concierne hasta los inicios del XX en que su  obra fue, por primera vez, totalmente publicada, ponen al descubierto el  tratamiento mezquino que se ha dado a la obra de Emily Dickinson en  prestigiosas enciclopedias, tanto inglesas como hispanas, y la  abrumadora ignorancia y estrechez de miras con que se ha juzgado,  además, la vida y talento singulares de esa intensa personalidad de  mujer, cuya mirada deslumbrante desnuda el poema de la difícil y  fascinante aventura de la convivencia en cada fragmento existencial.
 Walt Whitman al escribir: “…El tendón más pequeño de mis manos avergüenza a toda la maquinaria moderna”, o presentir que …al subir las escaleras de (su) casa, la enredadera que trepa por su ventana le satisface más que toda la metafísica de los libros…, nos entregó claves para acceder a regiones como esta:
  
 “…si cuando vuelvan los petirrojos  ya no estuviese viva, al de la Corbata Roja, échale en mi memoria una  migaja, y si no puedo darte las gracias porque me encuentre  profundamente dormida, sabes muy bien que lo intentaré aún con mis  labios de granito”.[1] 
  
 ¿Pudo haber vivido en soledad una persona que hace este tipo de peticiones?
 Su soledad no es la del individuo  encerrado en sí mismo. Ella no está sola. Desde temprano, en franca  conexión con la naturaleza, espera al Petirrojo. De todos los que se  allegan, ella lo ha elegido a él. Ese misterio del primer impacto, de la  química luminosa, del saber que se puede confiar. Un depósito  privilegiado. Porque él vino, se posó en su mano, aún sin conocerla, y  ese acto la conmocionó. Es indescriptible la sensación que se  experimenta cuando la belleza no te teme. Cuando la ingenuidad del otro  ser te pertenece. Cuando se te mira con ojos redondos, y el alcance de  la expresión se equipara al efecto de los corredores de luz que bajan  por entre los árboles a mitad de la mañana. Intensa magnificencia del  instante. Diálogo del corazón con la mirada. La pléyade le hace un coro,  no temen ya a la señora gigante. Y ella espera que su piquito llegue a  los labios. De adentro le avisan que alguien le procura. El petirrojo se  asusta y desaparece y tras él la estela de pájaros, que aunque no es  rey, le acompañan. Que disgusto se siente. Qué abrumadora tristeza  cuando te roban el espacio mágico que sólo tu gracia pudo conseguir.  Para la persona que te lo robó eres una extraña. Excéntrica, irritable.  Caso raro de mujer. Y yo les digo: imposible dejar de disfrutar de  amistades tan privilegiadas. Pero no hay remedio, la felicidad ha  quedado en el pasado.
 Y esta circunstancia de ser una mujer de  vida provinciana que pasaba horas y horas contemplando y viviendo la  naturaleza, hablando con los animales, es lo que provoca que no acabe  por ser reconocida como la poetisa más grande de la América sajona. En  nuestra pequeñez, quedamos impresionados con el espectáculo imponente de  una montaña envuelta entre las nubes y los rayos del sol; sin embargo,  la revelación divina de lo que ocurre en el interior y los alrededores  de una colmena nos provocan, apenas, la sonrisa simpática de  la  curiosidad. Persistimos en el no escuchar. ¿Por qué  enceguecernos de tal modo que no vemos el espectáculo de luz que se  ofrece suplicante a nuestra retina?  ¿Por qué nos sentimos incapacitados  para escuchar la música indescriptible de esa minúscula luz? A las  personas suele fascinarle lo escandaloso y gigante. Es el precio de lo  “íntimo”, aun sin ser romántico: el de la serena voz, aun sin ser  discreta.
 ¿Hablan los pájaros? ¿Las flores hablan?  ¿Hablan la tierra y el firmamento? Sí, hablan, pero en un lenguaje que  aún no puede ser descifrado ni publicado en los medios de las personas  comunes. De modo que para conocer a Emily Dickinson es menester  adentrarse en su poesía.
 La poesía de Emily Dickinson entra como  sutil torrente a la conciencia de la individualidad humana, invitándole a  recorrer un intenso camino interior, cercano a los recovecos  inverosímiles del mundo externo, en complicidad con su cotidianeidad.
 A mi jardín aún no se lo he dicho, /  puede que me convenza. / Ahora no tengo suficientes fuerzas / para ir a  contárselo a la abeja. /  No lo diré en la calle / temo que las tiendas  me vean / porque siendo tan tímida e ignorante / tengo la osadía de  morirme.[2]
 Otro:
 Saber llenar nuestra porción de  noche / o de mañana pura / llenar nuestro vacío no con desprecio, /  llenarlo de ventura. /  Aquí una estrella, otra estrella a lo lejos:  /alguna se extravía. / Aquí una niebla, más allá otra niebla, /  después  el Día.[3]
  
 Otro:
  
 Nos gusta marzo, / con sus zapatos  púrpura / es joven y esbelto. / Hace fango para el perro y el vendedor  ambulante, / después seca el bosque. /  La lengua de la culebra sabe  cuando él se acerca / y se cubre de manchas / tan cercano está el Sol  tan poderoso / que calienta nuestras mentes. /  El es el vocero de los  otros / morir es fuerte / con pájaros azules volando como piratas / bajo  el color inglés que hay en su cielo. [4]
 Las posibles respuestas que encontramos  al explorar las poesías de Whitman y Dickinson nos presentan puntos de  vista, digamos, tentadores.
  
 “La hojita más pequeña nos enseña que la muerte no existe…” -decía Whitman.
 “…el alga y la perla crecen en los mares, pero sólo ellos saben en la hondura donde se ocultan.”, afirmaba Dickinson.
  
 Ambos escribieron con especial coincidencia: “…el morir es una cosa distinta de lo que muchos suponen. Y mucho más agradable.” (Whitman)
 “…morir no duele mucho, la vida duele más…” (Dickinson)
 Cuatro escritores conozco -Emily  Dickinson, Walt Whitman, Mark Twain y Edgar Alan Poe- que englobaron en  su obra el espíritu y la personalidad del norteamericano. Sin el estudio  de su obra no es posible llegar a comprender a plenitud la intríngulis  de un dilema aún no resuelto en la conciencia colectiva o intimidad de  este grandioso país.
 Los pueblos deberían empezar por conocer  a sus poetas como guía para conocerse a sí mismos. Ese mérito que  solemos otorgarle a los filósofos se lo robamos a los bardos, cuando no  hay un solo filósofo de mérito que no haya bebido en el manantial de los  más grandes cantores. No olvidemos que la poesía es el lenguaje en que  se expresa el misterio de la grandeza cósmica. Los pueblos que aprenden a  conocer sus poetas llegan algún día a conocerse a sí mismos, porque el  conocimiento llega primero a través de los sentidos. Nos comprenderemos a  partir de que nos sintamos.
 ¿Qué ha sucedido con nuestros sueños?  Suele preguntarse el norteamericano común. Busquen a sus poetas y  hallarán la respuesta; y, además, –como en los salmos- algunas claves.  Nada de lo que nos ocurre hoy, se encuentra ausente en el libro del  ayer.
 Una pregunta similar se la puede hacer también el mundo.
  
 Recomiendo leer más de Emily Dickinson en A media Voz

Retrato de Emily Dickinson, mural del West Cemetery en Amherst .
  
  [1]  If I should`nt be alive / when the Robins come, / Give the one in Red  Cravat, / A Memorial crumb.  /If  I could`nt thank you, / Being fast  asleep, / you will know I`m trying/ with my Granite lip. (E. D.)
    [2]  I hav`nt told my garden yet- / Lost that should conquer me. / I hav`nt  quite the strength now / To break it to the Bee.  /  I will not name it  in the street / For shops w`d stare at me – / That one so shy – so  ignorant / Shoold have the face to die.
    [3]  Our share of might to bear – / Our share of motning – / Our blank in  bliss to fill / Our blank in scorning. /  Here s star, and there a star,  / Some lose thein way! / Her a mist, and there a mist, / Afterwards –  Day!
    [4]  We like March – his shoes are Purple. / He is new and high – / Makes he  Mud for Dog and Peddler – / Makes he Forest Droj – / Knows the Addlis  Tongue his coming / and begets her spot – stand the Sun so closely and  mighty / that our Minds are hot. / News is he of all the others – / Bold  it were to die / with the Blue Birds buccaneering / on his British Sky.
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